Cada vida está marcada por desafíos. Pero hay momentos en los que el golpe es tan duro, el revés es tan inesperado, que parece imposible volver a levantarse. Dicen que la vida se define por los momentos que te quitan el aliento. Pero, ¿qué pasa cuando esos momentos son un obstáculo abrumador, una adversidad que amenaza con romperlo todo?
Te haces un croquis de lo que quieres y de cómo lo vas a conseguir. Y, de pronto, algo lo manda todo al traste y hace que sea imposible lograr lo que te propusiste. Te parece que todos tus sueños se han derrumbado y que tu vida se ha quedado marcada por algo que parece trágico.
En medio de todo este caos e incluso de dolor indescriptible, se enciende un destello dentro de ti que se refleja en el exterior. Aunque aún no lo sepas, tu viaje se acaba de reiniciar. Te presento varias historias de individuos extraordinarios que tomaron su mayor obstáculo como el trampolín para alcanzar una versión de sí mismos que nunca imaginaron. A pesar de las circunstancias, encontraron, en ese punto de quiebre, la fuerza para reescribir su destino. Con sus ejemplos, descubrirás que el mayor obstáculo no está en el camino, sino en tu propia mente.
La pandemia les cambió la vida.
Álvaro García (30 años) y Celia Reza (28 años) encontraron su propósito y su lugar en el mundo durante la pandemia. Por entonces, se habían comprado un barco que estaban restaurando. Y, por sorpresa, el confinamiento les pilló en el puerto. La experiencia les encantó así que decidieron seguir viviendo así. Ya llevan 5 años conociendo mundo.
Para conseguir ingresos, ofrecieron experiencias a bordo. También trabajaron online para otras empresas desde cualquier lugar del mundo. Y, cuando llegan a un nuevo lugar, se adaptan a las oportunidades que les van apareciendo.
Tienen pocos gastos porque el mar les provee de gran parte del alimento que consumen y el mantenimiento del barco corre por su cuenta.
Son muy respetuosos con la naturaleza, y viven de manera equilibrada y sostenible. Disfrutan de las pequeñas cosas y de lo simple. Saben que la abundancia y el éxito no tiene que ver con la cantidad de cosas que uno tiene sino con la conexión con la esencial. El mar también les ha enseñado a mantener la calma y a confiar en sus capacidades en momentos complicados.
Los mayoristas dejaron de comprar su producto y él recuperó su poder.
Jan Ryser (32 años) cultiva patatas en Golaten (Suiza). En un año de super producción y a pesar de su alta calidad, su última cosecha fue desestimada por los mayoristas por «defectos estéticos» en un 12% del lote.
Para no echar a perder el producto y cansado de no poder opinar, se le ocurrió la idea de ofrecer al consumidor final comprar un saco de diez kilos a un precio muy ventajoso. En la primera semana, la respuesta no fue la esperada. Pero, después, algunos periódicos se hicieron eco de su iniciativa y cientos de personas se acercaron a su finca para aprovechar la oportunidad y apoyar al agricultor. Y, así, fue como obtuvo un poder de convocatoria capaz de vender 32 toneladas de patatas.
Después de ser repudiado por los suyos, se encontró con la suerte.
Simba vivía en el Valle de Rolwaling, la parte más aislada de Nepal. Su madre su murió siendo un niño y su padre decidió volver a casarse. Pero para llevar a cabo esta decisión, debía repudiar a su hijo. Por eso, fue expulsado por su pueblo.
Tenía 11 años y trataba de sobrevivir solo cuando se cruzó con Jesús Calleja. Cuando Calleja y su equipo lo encontraron, notaban que alguien los seguía. Al atraparlo, se dieron cuenta de que era Simba, «un crío… lleno de heridas, olía que apestaba y no hablaba nepalí» (sino un dialecto local).
Se lo llevaron a Katmandú, la capital, para cuidarle. Jesús lo apadrinó y, con el tiempo, Simba decidió formarse en masajes ayurvédicos y Jesús le ayudó a montar una modesta clínica que tuvo mucho éxito.
En 2015, cuando un devastador terremoto asoló Nepal, Simba se puso en contacto con Calleja para pedirle ayuda para su pueblo natal, que había sufrido graves daños.
Jesús Calleja y el cantante David Bisbal organizaron una colecta masiva a través de redes sociales. Consiguieron ayuda suficiente (se mencionan «cinco camiones llenos de material») para reconstruir 170 casas, la escuela y el monasterio de la aldea.
Cuando Calleja regresó con la ayuda, paró la celebración de los aldeanos y les dijo: «Estamos aquí por un niño al que expulsasteis del pueblo. Si no me lo hubiera encontrado, no tendríais una nueva vida por delante«.
En ese momento, el padre biológico de Simba, que todavía vivía, se puso a llorar, besándole los pies a su hijo en señal de perdón y adoración.
En la actualidad, Simba vive en su pueblo y ha pasado de ser el repudiado a ser el más respetado e importante de la comunidad. Ahora nadie toma una decisión sin consultarle. Se casó con una profesora y tiene dos niñas maravillosas.
La historia de Simba no solo cambió su vida, sino que también hizo que el pueblo cambiara sus tradiciones y prometiera no volver a repetir un acto de repudio.
Después de su diagnóstico, su afición se convirtió en su propósito
Desde los 16 años, Maggie convivió con síntomas inexplicables, como temblores en las manos, caídas y debilidad repentina en las piernas. Estos fueron años de visitas médicas, estudios y la sensación de una «desconexión entre lo que [su] mente quería hacer y lo que [su] cuerpo finalmente hacía».
Finalmente, a los 40 años, recibió el diagnóstico de esclerosis múltiple primaria progresiva, una enfermedad crónica, progresiva e incurable del sistema nervioso.
Inicialmente, el diagnóstico la sumió en un estado de tristeza, miedo e incertidumbre. Entró en un «pozo emocional» y adoptó un «rol de víctima» («¿por qué me pasa esto?»). A pesar de ello, continuó con su vida diaria, trabajando como diseñadora gráfica y cuidando de sus hijas.
Inspirada por deportistas con su misma enfermedad, la natación, una afición que practicó desde la infancia, se convirtió en su «hogar emocional» y su motor. En el agua, encontró libertad y la sensación de reencontrarse con el cuerpo que tenía antes del diagnóstico.
Su constancia se manifestó en metas concretas, como el cruce a nado de la Isla Gorriti a la playa en Maldonado, Uruguay (aproximadamente 2.500 metros en línea recta), un desafío que intentó tres veces hasta lograrlo. También ha participado en el 70.3 Ironman de Punta del Este, compitiendo en la etapa de nado en aguas abiertas en la categoría de posta, junto a otros pacientes con esclerosis múltiple.
Así se convirtió en una inspiración para otros y transformó una aparente desgracia en un cambio positivo y radical.
Perder a su hijo le forzó a redefinir su vida, emprender el vuelo y transformar su dolor en un gran legado social.
Catalina Escobar perdió a su hijo, lo que la sumió en un dolor indescriptible. Sin embargo, ella tomó una decisión que cambiaría su vida y la de miles de personas: transformar su sufrimiento en acción.
En medio de su duelo, se preguntó cómo era posible que su bebé hubiera muerto de forma tan violenta (se cayó de un octavo piso), y por qué morían muchos otros por desnutrición o por falta de atención médica básica. Se dio cuenta de que si la vida de su hijo, que tenía acceso a todos los privilegios, se había truncado por la negligencia de su niñera, la vida de muchos niños pobres era aún más vulnerable.
Aunque a primera vista parece una historia trágica, para ella, fue la invitación de su hijo para que emprendiera el vuelo. Después de atravesar mucho dolor físico y emocional, resignificó su vida y fundó la organización Juan Felipe Gómez Escobar (Funcof) en 2001 en Cartagena, en honor a su hijo. Esta fundación tiene un objetivo claro: salvar la vida de niños y madres gestantes que mueren por causas evitables.
A partir de ese momento, su trabajo se centró en la reducción de la mortalidad infantil. Y ha creado un legado de vida, propósito y cambio social inmenso.
Catalina redefinió su existencia, demostrando que incluso de la oscuridad más profunda, puede surgir una luz que ayuda a iluminar el camino de otros.
La guerra fue el catalizador para que se convirtiera en una figura histórica de coraje y propósito absoluto.
Irena Sendler era una trabajadora social polaca de fe católica. Cuando la Alemania nazi ocupó Polonia y creó el Gueto de Varsovia (el gueto judío más grande de Europa), Irena, a sus 29 años, trabajaba en el Departamento de Bienestar y Salud Pública.
Al entrar en el gueto para supervisar las condiciones sanitarias, Irena fue testigo de la hambruna, las enfermedades (como el tifus) y las ejecuciones masivas. Y se dio cuenta de que su trabajo de asistente social era insuficiente: la única forma de salvar vidas era sacar a la gente de aquel infierno.
Su propósito se volvió claro: salvar a los niños judíos destinados a la aniquilación. Como ella misma dijo: «Fui educada en la creencia de que una persona necesitada debe ser ayudada de corazón, sin mirar su religión o su nacionalidad.»
Irena se unió a la organización clandestina Żegota (el Consejo para la Ayuda a los Judíos) y se convirtió en la organizadora principal para sacar a los niños. Su ingenio fue legendario. Logró sacar a los niños escondidos en sacos de patatas, ataúdes, cajas de herramientas, carros de lavandería e incluso a través de las alcantarillas.
Su tarea más dolorosa era convencer a los padres de entregar a sus hijos a una completa desconocida, sin la garantía de volver a verlos. La pregunta constante que escuchaba era: «¿Juras que mi hijo vivirá?
Para garantizar que los niños pudieran reunirse con sus familias biológicas tras la guerra, Irena registraba meticulosamente sus nombres y los de sus padres en una lista que escondía en frascos de vidrio y enterraba bajo un manzano en el jardín de una amiga.
Irena Sendler salvó a aproximadamente 2.500 niños del Gueto de Varsovia. Pero ella nunca se consideró una heroína. De hecho, en su lecho de muerte, afirmó: «Cada niño salvado con mi ayuda es la justificación de mi existencia en la Tierra, no un título para la gloria.»
Fue capturada por la Gestapo en 1943 y brutalmente torturada, pero se negó a traicionar a sus compañeros o a revelar dónde estaban los niños. Fue condenada a muerte, pero Žegota logró sobornar a un oficial para que fingiera su ejecución, y así pudo escapar. Su propósito la mantuvo con vida.
Después de la guerra, Irena dedicó su vida a intentar reunir a esos niños con sus familias, aunque en muchos casos no fue posible.
Su historia fue silenciada por las autoridades comunistas de Polonia y no se conoció globalmente hasta finales de los años 90. El escenario de guerra no le dio riquezas ni títulos durante muchos años, pero le dio el propósito moral más elevado: la salvación de la vida humana. Esta convicción la convirtió en el «Ángel de Varsovia» y una de las personas más valientes de la historia.
Después de estas historias de personas comunes que enfrentaron tragedias, limitaciones o fracasos rotundos, si tienes delante un obstáculo que percibes como un muro, por qué no te planteas que es más bien un maestro para ti. Y si aceptas esta premisa, piensa sobre qué habilidad única o qué versión de ti mismo/a crees que está intentando forjar para acceder a tu propio concepto de éxito.




