Las emociones son sensaciones instantáneas, superficiales y efímeras. Llegan a nuestro organismo sin que podamos hacer nada por evitarlo. Sin embargo, los estados emocionales son profundos y recurrentes. Vuelven una y otra vez pero podemos influir en ellos y alterarlos.
Una emoción que se mantiene en el tiempo se convierte en un estado emocional.
Emoción
Etimología
Formado a partir del prefijo ex- (de, desde) y el verbo movere ("mover, trasladar, desalojar").
El significado es "sacar de tu estado habitual".
Las emociones vienen de los recuerdos que tienen la mente y el cuerpo. Y, sin emoción, no se genera un recuerdo porque si no reparas en ello, no causa una impresión y no existe.
Las emociones son energía
El cerebro genera energía química a través de los neurotransmisores (dopamina, serotonina o noradrenalina). Y también crea energía eléctrica cuando las neuronas interactúan entre ellas (ondas cerebrales).
Eléctricamente, sentirse bien implica saber producir las ondas cerebrales adecuadas según las necesidades que tengamos en cada momento.
- Ondas Hibeta (superiores a 30 Hz): Para situaciones amenazantes, se prepara para la acción. Pueden generar estrés o ansiedad si se mantienen en el tiempo.
- Ondas Beta (De 12 a 30 Hz): Para estar atentos, enfocados o concentrados en una actividad. Este estado genera dopamina y noradrenalina.
- Ondas Alpha (De 8 a 12 Hz): En estados de relajación y presencia, como cuando estamos en la naturaleza o al lado del mar. Se generan cuando percibimos tridimensionalmente o realizamos actividades ya aprendidas y mecanizadas. Este estado favorece el sexto sentido.
- Ondas Theta (De 3,5 a 8 Hz): Es una calma profunda que favorece la creatividad. Es un estado similar a los sueños REM o a las meditaciones profundas.
- Ondas Delta (De 1 a 3 Hz): Se producen mientras dormimos profundamente, y permiten que el cerebro se recupere y que se reequilibren los estados de ánimo.
Los niveles de energía desordenados y no armónicos se asocian a emociones incómodas, y los niveles de energía coherentes y altos se asocian a emociones que percibimos como positivas. Cuando la energía es lenta, pesada y oscura nos sentimos peor que cuando es rápida, ligera y colorida.
Lo que sentimos se puede modificar de tres maneras.
Desde la energía eléctrica, se influye en la química del cerebro.
1.- Con los pensamientos
Con los pensamientos, podemos hacer que las emociones no se instalen y se transformen en estados emocionales.
Pero atención porque, según la energía de la que disponemos, nuestros pensamientos tienen diferente tonalidad, y favorecen unas ondas cerebrales u otras. Y tiene una explicación. Cuando nos sentimos cansados, no podemos responder a nuestras expectativas con respecto a objetivos y obligaciones. El cuerpo no nos sigue, lo que nos inunda de frustración y de culpa, que fomentan pensamientos negativos. Luego conviene escuchar nuestras necesidades corporales para poder pensar de manera coherente y sentirnos bien.
Y cuando ponemos mucho esfuerzo en generar orden y en tener el control, el cerebro fomenta que todo se desordene dentro porque lo percibe como un exceso. Aunque tratemos de aplanar nuestro mundo emocional con sustancias (con receta o sin ella), la vida se descoloca y puede que no lo veas venir.
La rigidez de no abrirse a cambiar la manera de pensar, al final, lleva al caos.
2.- Con el cuerpo
Con el cuerpo podemos alterar lo que sentimos. Las posturas corporales, los gestos, los tonos de voz o los movimientos modifican los que sientes. Por ejemplo, la tristeza se asocia con hombros caídos, cabeza baja, una mueca determinada, movimientos lentos, habla lenta y voz apagada. Y la alegría con una postura abierta, con la cabeza y el pecho altos, y una sonrisa.
3.- Con los sentidos
De forma sensorial, también podemos modificar el estado de ánimo escuchando música, saltando, bailando, agitando los brazos, con un baño de agua caliente, a través de un masaje, o encendiendo una vela o la chimenea.
Cambiar un estado emocional supone poner una intención e iniciar un movimiento pero no lo hacemos por miedo.
Para cambiar un estado emocional, es necesario poner una intención e iniciar un movimiento pero, en muchas ocasiones, elegimos quedarnos en un lugar incómodo en vez de poner la energía necesaria para transformar lo que vivimos porque nuestro cerebro tiene las instrucciones primitivas de mantenernos a salvo en lo conocido y tratar de economizar los recursos.
La información valiosa detrás de lo que sentimos
Podemos sacar ventaja a los estados emocionales si nos paramos a escuchar qué información traen pero no sirve utilizarlos como excusa para no enfrentar miedos sino todo lo contrario.
Cuando aparecen las emociones en nuestro día a día, no siempre sabemos qué situación del pasado generó esa asociación que hace que ahora sintamos de nuevo esta emoción. Lo que sí podemos conocer es la conclusión a la que llegamos en aquel momento a partir de lo que vivimos. Y conviene revisarla porque no siempre es cierta pero, para nuestra mente, es una verdad absoluta a partir de la cual está tomando decisiones.
Cuando conseguimos recolocar lo que creemos, nos llenarnos de confianza, aunque no tengamos todas las respuestas, y parece que tenemos superpoderes. Creamos expansión y la vida fluye sin esfuerzo.
Lo que aceptas te transforma.
Si observas tus emociones y son una montaña rusa, quizás sea muy buen momento para observar qué hay dentro de ti y resetearlo para remar a tu favor. Si sólo reprimes lo que sientes o tratas de dominarlo, corres el riesgo de convertirte en un robot poco humano, que se aleja de lo que le es natural y que, tarde o temprano, deja de actuar de manera coherente por no prestar atención al poderío de su oscuridad.