La incertidumbre nos excita y nos mosquea
Nuestra mente niega el cambio
La vida es un empezar cada día de cero pero nos empeñamos en poner la falsa premisa de que hoy es igual que ayer. Hasta que llega el caos. Es una tara de nuestro cerebro y tiene una finalidad. Lo hace para ahorrar en recursos. Ponerse a divagar sobre lo nuevo le supone consumir mucha más energía y, teniendo en cuenta que es un órgano que gasta hasta cuando duerme, estamos hablando de una barbaridad. Así que, por economizar, repite lo que recuerda pero no es sinónimo de eficacia. Dicho esto, nos dirige una mente que, por defecto, se niega al cambio. No lo gestiona porque lo experimenta como un despilfarro. Desde su percepción, es mejor que no exista. Es su conclusión razonada. Para nuestra mente, la gestión del cambio es un concepto a omitir.
El cuerpo quiere marcha
Pero somos bipolares porque, aunque a la cabeza le guste sentir seguridad gracias al hábito de elegir lo conocido, hay neuronas que piden marcha. Nuestro organismo se aburre. Quiere sentir y pide que las hormonas fluyan por sus células. Libremente. Y cuando no somos capaces de encontrar el equilibrio, nuestra materia muestra signos evidentes. Somatizamos. Física o psicológicamente.
Esa dualidad interior es la que vemos constantemente en la realidad. Mana de lo profundo de nuestro ser. Un debate constante entre si admito lo desconocido o no. A veces dejo que entre un poquito, y a veces me asusto y lo echo a patadas. Casi siempre estamos cerrados a ello y justificamos por qué, pero nos quejamos de cualquier otro asunto para no admitir que no nos atrevemos.
¿Cómo te quedas? Ya entiendes la raíz del follón. De manera natural, la incertidumbre nos excita y nos mosquea con la misma intensidad.
Evitamos lo que nos ilusiona por miedo al cambio
La inestabilidad no nos gusta pero es el paso previo para alcanzar lo que deseamos. Fuera de lo que falsamente llamamos «estado de paz» está lo que nos hace vibrar. Y se puede transitar de manera agradable si nos enfocamos en crear, aprender y disfrutar.
Discutimos y perdemos el tiempo en lo no importante porque buscamos fórmulas para evitar lo que nos da miedo o nos produce dolor. Muchas veces sin ni siquiera ser conscientes de ello. Pero así nos desgastamos y perdemos fuelle para lograr lo que nos ilusiona.
porque no nos atrevemos a hacerlas.
Nuestro propio cuerpo es transformación. Sin evolución se llega a la decadencia. El cambio es lo natural. Sin embargo, hemos aprendido a pasar por ellos sin que los cambios pasen por nosotros. Por eso, pareciera que repetimos las mismas situaciones una y otra vez como en el día de la marmota por negarnos a aprender la lección de cada escenario.

¿Cómo se gestiona el cambio?
Sabiendo que una parte de nosotros se resiste a las variaciones pero son inevitables, ¿cómo se pone orden al caos? La respuesta es simple. Con confianza. La serotonina que genera este sentimiento nos vuelve más valientes.
Para ello, primero, hemos de incrementar la seguridad en uno mismo. Pero de la de verdad. No de la que lleva trampa. Y, después, hemos de fomentarla en las relaciones que establezcamos.
Cuando se toman decisiones con las que se inician caminos desconocidos, no es posible tener todas las respuestas pero ¿qué reduce la sensación de incertidumbre? La transparencia, la honestidad, la integridad o la transcendencia. Primero con nosotros mismos porque ¿qué genera un verdadero bienestar emocional ante la incertidumbre? La coherencia.
Así que, para abrirse al cambio de manera efectiva, ya sabes dónde hay que poner la energía. Y, para sentir seguridad, ten cuidado de no estar tratándola de encontrar en una olla a presión. O no cometas el error de creer estar en paz cuando, en realidad, vas paso a paso fomentando un montón de problemas a futuro.
Lo mires como lo mires lo intangible es la clave para encontrar las respuestas aunque te plantees empezar de cero. Y a mí se me da fantástico ponerle palabras claras.