Podría hacer ejercicio al aire libre pero elijo apuntarme a un gimnasio para que me asesore un entrenador personal y supervise mis avances. Me encantaría aprender a tocar un instrumento (la guitarra, por ejemplo) pero lo pospongo y, en su lugar, me decanto por estudiar un idioma porque favorecerá mi carrera profesional. Planeé un concierto meses antes pero ese día estoy enferma. Como ya no puedo vender la entrada, voy de todos modos. ¿Te suena algo de esto? Estamos acostumbrados a motivados a base de pagar un precio y obtener un beneficio a cambio.
Pagamos a cambio de resultados que no siempre nos importan.
Estás inscrito en algo y, cuando continuas recibiendo las cuotas mensuales, que son independientes a que ya hayas desistido en tu compromiso inicial, algo dentro de ti se moviliza y continua para, así, recibir el beneficio por el que estás pagando.
Si pagamos, nos sentimos obligados a seguir adelante aunque, en ese momento, no nos siente bien porque no nos gusta desperdiciar nuestro dinero. Este pensamiento nos sirve de motor. Aunque sea de mala gana.
Para seguir adelante cuando tenemos ganas de rendirnos o cuando nos obligamos a terminar lo que hemos empezado, solemos pagar un precio.
Así abonamos una cantidad para garantizar unos resultados. Creemos que desembolsar una tarifa o pagar para ser vigilados generará que sigamos adelante cuando tengamos ganas de rendirnos. Poner un precio puede parecernos la manera de terminar lo que uno empieza. Luego después del precio ha de haber un premio o una recompensa a cambio.
Precio
Etimología
Este término latino a su vez se asocia a la raíz protoindoeuropea *per-, que significaba "vender".
El precio es un valor subjetivo que modifica nuestra manera de actuar a su antojo.
El precio se establece en función a experiencias del pasado o del entorno cercano pero, con frecuencia, no tiene una base objetiva.
Para reducir recursos, nuestra mente compara aunque lo que tengamos delante sea totalmente nuevo. Desde aquí, el primer precio conocido le sirve de anclaje. Así, inconscientemente confía en que esa información hace referencia a su valor.
Si después encontramos lo mismo a un precio menor, nos parecerá una ganga y nuestro cerebro se pondrá súper contento por adquirirlo. Sin analizar, en ningún momento, cuál es su aportación real para nosotros y el precio total que pagamos a cambio.
Lo habitual es que las decisiones vengan motivadas por las opciones con las que parezca que salimos ganando aunque, en realidad, no sean las que satisfagan nuestra necesidad profunda. Incluso es fácil que parte del servicio o producto que logramos no le saquemos partido nunca.
Un coche que se pasa el día aparcado en el garaje. Una segunda vivienda de veraneo a la que casi no voy de vacaciones. Un vestido que no he tenido oportunidad de estrenar. Una botella de buen vino que está guardada para una ocasión especial pero que nunca llega.
El precio es relativo. Se obtiene al relacionar y contrastar. Pero estos números inventados varían nuestra forma de actuar.
Te pongo dos ejemplos.
1.- Cuando tenemos un precio caro y otro más barato, aunque sea más caro que la media de otros establecimientos, por comparación, nos parecerá un buen precio y el cerebro estará conforme. De ahí que sea frecuente que nos ofrezcan al menos dos alternativas similares como estrategia de venta.
2.- En muchas ocasiones, los vendedores se inventan algunas opciones para que de antemano las rechacemos y tengamos la sensación de que sacamos ventaja si elegimos la opción por la que, finalmente, pagamos un mayor precio. Por eso, elegimos la ración de palomitas más grande en el cine.
En ambos casos, son elecciones que probablemente no hubiéramos hecho si no hubiéramos percibido que eran una buena oportunidad.
Los precios son sugerencias que se hacen pero no tienen por qué coincidir con el valor de lo que se ofrece ni con los costes de producción. De ahí que sea posible la especulación o que puedan verse influenciados por la Ley de la Oferta y Demanda.
Riqueza
Etimología
Asumimos que a más desembolso, mejores resultados obtendremos sin ser cierto.
Erróneamente, nuestra mente espera que si el precio que pagamos es mayor, los beneficios serán mejores, y todo el cuerpo se comporta atendiendo a esta premisa previa aunque no sea cierta. ¿Qué piensas si te digo que una determinada empresa vende productos de alto nivel o selectos, o que estaremos en la zona VIP?
Literalmente sabes que nos costará un huevo o un ojo de la cara.
No esperarás precios baratos pero sí calidad, exclusividad y profesionalidad. De esta manera, a mayor desembolso realizado, mayor valor creemos que tiene. Así, desde las apariencias, podemos pagar más por lo que, desde la esencia, no tiene ese mérito.
Con esta perspectiva, para tener algo aparentemente valioso, primero hemos de ganar ese alto precio. Un importe que acostumbra a requerir de un sacrificio que dolerá o que, con frecuencia, conllevará generar desequilibrios a la hora de alcanzarlo.
Condicionados por los precios y por las malas experiencias de lo gratis, tenemos dificultades para recibir y agradecer lo que llega sin esfuerzo. Así la vida pasa mientras obtenemos resultados extraordinarios que no nos hacen feliz.
Sacrificio
Etimología
Luego significa "hacer sagrado".
Sin precio, nos cuesta valorar lo que es valioso y decimos sí a lo que nos causará un perjuicio.
En contra prestación, estamos acostumbrados a no valorar lo que no tiene un precio. Lo gratuito se menosprecia aunque tenga un valor. Y, en muchas ocasiones, si no hay un intercambio monetario, no le vemos la utilidad.
Cuando algo es gratis, nos atrae la atención de primeras pero si requiere poner energía para obtener un rendimiento, ese movimiento es fácil que no se produzca porque el cerebro busca a cambio del esfuerzo realizado una recompensa continua e inmediata que no obtiene.
La palabra gratis deshace el miedo a perder y, por eso, la elegimos sin pensarlo mucho aunque no sea la opción que satisfaga nuestros deseos.
Compartir tus datos personales para luego formar parte de campañas de publicidad. Descarga de aplicaciones que te exponen a virus, malware o al robo de información. Supuestos regalos que requieren comprar algo más. Costes de envío gratis como estrategia de marketing donde el costo ya está incluido en el precio del producto. O promesas de ganancias enormes con poco o ningún esfuerzo que terminan siendo ser una estafa.
Definitivamente, lo gratuito, en los mercados actuales, suele traer un pago oculto y costoso en el largo plazo al que no siempre le prestamos atención.
Por otra parte, cuando, al principio, se ofrece algo gratis, las personas no suelen querer pagar por lo ofrecido después, porque se preestableció el precio cero en sus mentes como anclaje. Salvo que previamente se haya mostrado que había una necesidad latente pendiente de cubrir a la que no habían prestado atención.
Regalar un bono de bienvenida es la fórmula que utilizan las casas de apuestas o los transportes eléctricos en las ciudades grandes. El inconveniente aparece cuando, con estos métodos, se estable una relación de dependencia semi adictiva de la que ya no se sabe cómo salir y que daña la salud mental.
Cuando no hay dinero de por medio, parece que no hay un valor en lo intercambiado. Por ello, es frecuente comportarse como si no lo tuviera. De este modo, entre coger 0,35€ o un bolígrafo del trabajo, ambas opciones con un precio similar, será la segunda opción la más plausible porque no lo percibiremos como un robo.
Desde aquí, en una sociedad sin mucho efectivo, la deshonestidad está invitada a la rutina salvo que se firme un compromiso previo con unas reglas claras preestablecidas de transparencia.
Mientras seguimos a nuestro cerebro, que compara para sacar conclusiones, nos olvidamos de mirar dentro para obtener respuestas de cuál es nuestro propio concepto de éxito y de felicidad.
Desde aquí, las relaciones se vuelven frágiles. Tan inestables como nuestro interior.
Con un precio, las personas se convierten en mercancía.
Lo que tiene un precio es intercambiable a cambio de una suma de dinero. Es una mercancía que puede cambiar de propietario. Vender sólo es tratar de cambiar algo por lo que se obtiene un beneficio. Es incitar un determinando movimiento, dando razones para favorecerlo; y, después, te embolsas dinero.
Cuando nos ponemos un precio, empezamos a poner distancia y separación con la persona con la que nos pagará. Miramos a quien puso el listón muy alto y nos sentimos inferiores. O percibimos que somos juzgados por quienes nos comparan. Poco a poco, en lo profundo, empezamos a dudar de nuestro valor, y nos desconectamos de nosotros mismos y de lo que anhelamos.
Cuanto mayor e la falta de autoestima, más fácil es comprar a esa persona que toma acción en contra de su voluntad de manera constante. Incapaz de admitir que en el pasado se equivocó o que sus anclajes de conocimientos del pasado se quedaron obsoletos.
Dado que todo parece tener un precio, nuestra energía vital queda íntimamente relacionada al dinero. Sin necesidad.
Como nuestros trabajos no nos llenan los corazones, ganar dinero y gastarlo tiene un costo. Pagamos precios altos. Incluso ponemos en riesgo nuestra propia salud. Generamos desequilibrios internos y externos mientras nos convertimos en esa versión que el mundo quiere para que sea posible que ganemos dinero. Imitando para obtener resultados extraordinarios que no nos hacen feliz.
Cuando nos ponemos un precio, buscamos ser perfectos o los mejores. Desde esta premisa, nos planteamos lo que sabemos que podemos hacer. Así la recompensa a nuestro esfuerzo o sacrificio es lograrlo y nuestro precio es el éxito en algo que ya sabíamos que éramos capaces.
Mientras, nos llenamos de frustración porque todos somos únicos. Por mucho que tratemos de ocultarlo u homogeneicemos nuestras diferencias.
Cobrar
Etimología
que significa "recuperar o volver a tomar lo que se tenía".
Cuando nos convertimos en una mercancía más, necesitamos ser perfectos o los mejores para resultar atractivos. Ahí, empezamos a intentar sólo lo que tenemos garantías de que será un éxito.
Con precios y por miedo a la pérdida, no nos rendimos y acumulamos lo que no necesitamos.
En ocasiones, no nos rendimos por no aceptar como pérdida todo lo invertido en tiempo y dinero. O almacenamos lo que nos costó un dinero porque lo percibimos como una merma en nuestra riqueza aunque haga siglos que no hagamos uso de ello.
No nos gusta sentir que renunciamos a algo aunque ese algo nos importe un carajo. Por eso, cambiamos las decisiones o mantenemos puertas abiertas que nos distraen. No nos gusta que las oportunidades desaparezcan. Y dudamos de que nos estemos perdiendo algo desconocido aunque ya lo hayamos probado.
En el precio, las experiencia y los recuerdos no acostumbran a tenerse en cuenta.
Cuando algo tiene un valor, es fácil que aparezca el apego y que nos cueste deshacernos de ello aunque haya llegado el momento. Las propiedades se recubren de las experiencias que hemos vivido junto a ellas. Y, porque nos parece que perdemos algo al vender, tratamos de incluir una prima por los recuerdos. Pero lo más probable es que esta valoración extra no pueda verse reflejada en el precio de venta.
Mientras estamos ocupados en todo esto de los precios, cuantas más números somos capaces de manejar, más responsabilidades aceptamos y, posiblemente, mayor es el dinero obtenido. Pero la vida se pasa entre cuentas y números. Haciendo seguimientos para mejorar, mientras incrementamos las inseguridades dentro y fuera de nosotros.
Al final, condicionados por los precios y por las malas experiencias de lo gratis, tenemos dificultades para recibir y agradecer lo que llega sin esfuerzo. En su lugar, hemos de «ganarnos la vida» con mucho esfuerzo. Eligiendo así porque previamente creímos saber lo que queríamos.
Desde aquí, las relaciones son frágiles. Tan inestables como nuestro interior.
Esta afición que tiene el cerebro a comparar para sacar conclusiones es una de las razones que dificulta que miremos dentro y obtengamos nuestro propio concepto de éxito y de felicidad. Sin interferencias incoherentes.
Nuestro cerebro, por defecto, decide de manera perezosa y, sin embargo, le damos el control de nuestras vidas. ¿Hasta cuándo? La ventaja de olvidarse del concepto de éxito tradicional y de tratar de obtener siempre un beneficio en cada movimiento realizado es ampliar la zona de confort y abrirse a oportunidades no imaginadas.
Sin precio, las oportunidades se vuelven infinitas.